Y a todo esto siempre se han sumado la Iglesia y los grupos "provida", que promulgando el respeto a la vida utilizan métodos poco respetuosos para intimidar, denunciar, embestir , preocupándose más por la vida de quienes están por nacer que por la situación y circunstancias de las ya nacidas y crecidas mujeres, a través de una violenta ofensiva sobre profesionales y mujeres que desean interrumpir su embarazo. Y ante esto, las autoridades no reaccionan, dejan hacer hasta que se alce un clamor por nuestra parte de «¿basta ya!».
Porque, si bien en lo colectivo podemos considerar el fenómeno como un logro de la emancipación femenina, en lo individual una interrupción voluntaria del embarazo es algo que en el mejor de los casos significa una intervención quirúrgica y en el peor, según el contexto en que se realice, puede llegar a suponer un auténtico drama personal.
Yo, por mi parte, sigo negándome a tomar en serio esa "leyenda urbana" tan extendida de que mayoritariamente el aborto es producto de la promiscuidad sexual de las mujeres (que, por otro lado, tienen tanto derecho como los hombres a ser promiscuas) y su falta de cabeza, un elemento de uso frívolo e indiscriminado. Las mujeres somos las más interesadas en no jugar con el propio cuerpo, quienes más nos preocupamos por nuestra sexualidad y el uso de métodos anticonceptivos.
Muchas desearíamos encontrar estrategias para reducir el número de abortos a través de la difusión de la educación sexual y de la facilitación del acceso a anticonceptivos eficaces. De este modo, pensamos que las mujeres evitarían encontrarse con un embarazo no deseado que les llevaría a plantearse la opción (muchas veces dramática y dolorosa) de abortar, porque simplemente podrían escoger cómo y cuándo iniciar un embarazo.
¿Cómo se puede tener el cinismo de penalizar al aborto sin revisar el tipo de sexualidad dominante, que, para colmo, las mujeres no elegimos, sino que se nos impone? Seguir ofreciendo un modelo naturalmente reproductor como el coito, como único en la relación sexual entre mujeres y hombres, y no cuestionarlo, significa continuar negando la sexualidad de las mujeres, ya que la sexología ha demostrado que no es el modelo de relación más satisfactoria para nosotras.
A las feministas siempre nos ha interesado el debate social en torno a nuestras posiciones, explicarlas y contrastarlas con ideas contrarias, porque es el mejor método para que se nos entienda y para que las mujeres nos convenzamos de que el feminismo es exclusivamente la alternativa de una vida mejor para nosotras. Y en eso estamos, a lo largo de la historia, reivindicando cuestiones complicadas y llenas de matices que resumimos casi de manera cansina en consignas que a pesar del tiempo no han perdido su vigencia por no haberse logrado. Aborto libre y gratuito, de una vez y de forma ya inexcusable.