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Resistencias, de todo tipo

El segundo de los escaños firmados por Milenta, que en estaocasión va dedicado a la película documental "Resistencia" de Lucinda Torres.
Esta película acaba de ganar el premio a mejor película documental del Festival Internacional de Cine de Mujeres de Cuenca.
 
Aunque ya ha pasado casi un mes, aún creo pertinente compartir mi resaca "festivalera" con la afición. Y no lo hago porque considere que el Festival Internacional de Cine de Gijón sea uno de los acontecimientos que tienen lugar en Asturias que más merecen la pena, que también, sino porque este ha sido un año de especiales sorpresas en cuanto a expresión cinematográfica se refiere.

Existen muchas cosas a destacar en la pasada programación. Un ejemplo fue la película de Mali titulada Bamako, pero como la historia iba de deuda externa no quiero volver a remitirme a la tribuna anterior, con lo que queda archivada sin más comentarios.

A lo que sí me voy a referir es a mi presencia accidentada y bastante desganada en principio, para qué negarlo, a la última obra de la langreana Lucinda Torres. En principio la cosa no pintaba muy bien: documental sobre los despedidos de Duro Felguera de dos horas de duración. Éstas, son dos expresiones que jamás sienta bien que vayan juntas, pero a las que si además añades el espacio geográfico del Teatro Jovellanos y sus "comodísimas y silenciosas" butacas, conforman el preludio de un auténtico ejercicio sadomasoquista en toda regla. Además el título parecía apoyar, "Resistencia"; aún no sabía a la de quién se refería tal denominación.

En el apartado de sinopsis la cosa estaba más que clara. Un documental que pretende bucear en algo que en estos momentos está muy de moda en nuestro entorno, y que es aquello de la memoria histórica. En "Resistencia" se nos narra pormenorizadamente la historia de una empresa en la cuenca minera que despidió a 232 trabajadores, sin que estuviera muy respaldada la necesidad de estos despidos, y desarrolla la lucha por volver a recuperar la totalidad de estos puestos de trabajo.

 
En la parte de los pros, para realizar semejante esfuerzo un domingo a las 5 de la tarde renunciando al sano ejercicio del descanso dominical, reminiscencia de mi pasado cristiano y del revival de Mecano, estaba el hecho de que Lucinda Torre es una cineasta, eso ya tiene su importancia, y además asturiana. Lucinda es una de esas leyendas urbanas que ha ido a dar con sus huesos, laboralmente hablando, a los estudios de Telemadrid, pero que desde hace tiempo apunta maneras. Ni que decir tiene que la militancia feminista y el deseo de valorar lo asturiano me llevaron a asistir con un fervor digno de conferencia en Aula Magna.

Quienes asistimos al polémico estreno no sólo nos temimos lo peor por lo tedioso de la anteriormente mencionada combinación de formato y duración, sino porque a la entrada nos esperaban panfletos de algunos "afectados" sindicalistas de la historia, que no se vieron adecuadamente reflejados en la historia que se relata en dicha película. Nada más recoger el fotocopiado manifiesto me vino a la memoria la sonada "perreta" que sufrió un ilustre de las letras hace años en una situación parecida. Antonio Gala dio públicas muestras de furia incontenida por lo que el director Vicente Aranda había hecho con su libro "La pasión turca", a la que tildó de panfleto pornográfico intentando boicotear su estreno. Más tarde leí que Arturo Pérez Reverte, uno de los autores españoles que más obras tiene llevadas al cine, decía que cuando tu entregas algo para que otra persona desarrolle su visión de lo que tú has relatado, es mejor que te separes totalmente del proceso creativo; pues a partir de ese momento encontrar alguna satisfacción en el resultado es totalmente imposible. Pero dejando aparte los "Deja vu" dignos de cualquier proceso de autoría, creatividad o paternidad de guión, quiero remitirme nuevamente a las sensaciones dentro de la sala a oscuras y dentro también de la pantalla del cine.

 
De sorpresa en sorpresa. Ésta es la expresión adecuada. Para empezar, descubrir que en las primeras imágenes, el inicial protagonismo otorgado por una directora es para otras mujeres; las mujeres de los trabajadores de la Duro, que relatan con todo lujo de detalles y tremenda serenidad cómo un mal día vieron desaparecer su modo de vida, su bienestar y su futuro; como protagonistas secundarias de la acción pero al mismo tiempo receptoras principales de los perjuicios derivados del paro y la escasez económica.  Durante todo el desarrollo del film nos fueron acompañando de manera intermitente, apareciendo y desapareciendo según la historia lo necesitara, pero volviendo para mostrar todas sus iniciativas, rebeldías y desobediencias de quienes tienen poco que perder pero que enfrentan la desesperación con una racionalidad heredada de los aprendizajes de una sociedad luchadora. Las vimos manifestarse ante el Parlamento asturiano, y las vimos inventarse coplas que durante todo su singular proceso de resistencia cantaron y contaron en todo espacio y lugar. Incluso las vimos describir círculos por las plazas de Sama, en una particular versión de madres de plaza de mayo. Que aunque las cosas no sean comparables cada cual posee sus propias desapariciones que reivindicar.

Por otro lado tampoco es el papel de estas mujeres muy diferente al de otras en otros momentos de la historia, fuente inagotable de apoyo cuando las cosas se ponen feas, incluso dando un paso adelante cuando no queda más remedio, heroínas anónimas de los periodos de guerra, de posguerra, de conflicto y otras penalidades a lo largo y ancho del mundo.
 
La propia Lucinda Torre en cierta manera, forma parte de este grupo, ya que posee vínculos familiares con los despedidos de la Duro, y eso se nota. Vivió de cerca todo el conflicto, todos sus momentos de profundo dramatismo y no exentos de ejemplos de heroicidad. Durante cuatro años almacenó información visual, textos, entrevistas y tantos elementos con el fin de contar una historia, la suya, que nadie se engañe, que aunque no satisfaga a todo el mundo, está planteada  en clave de cuento con moralina. Es un cuento de corte casi medieval, de David contra Goliath, donde se prodigan los héroes y las maldades a los que son sometidos de manera continuada. Donde se prodigan valores como justicia y solidaridad con ejemplos reales y comprobables puestos a prueba, y resistiendo.

Cierto es que en la larga cadena de maldad, inoperancia, desfachatez y desvergüenza hubo muchos más de los que están, y hasta alguna mala, de las de cine negro, sonoramente ausente. Cierto es que el final feliz de la historia, aquello de la readmisión de los trabajadores, tuvo sus matices que no se ajustan fielmente a la historia cinematográfica. Pero cierto es también que eso tan importante que se denomina la identificación del espectador, se realiza con quien se debe.

Siete minutos. Cuando se encendieron las luces del Teatro Jovellanos ese fue el tiempo que el público asistente estuvo aplaudiendo la la directora que, acompañada de prácticamente todo su equipo de producción, estuvo en la sala para recibir lo que tocase.
 
Yo me quedé con dos mensajes, el primero que la cuenca asturiana había hecho historia en Europa pues aquí se logró algo que nunca antes había ocurrido y que probablemente nunca más sucedera. Hicieron falta huelgas de hambre, encierros en ayuntamientos y catedrales. Hizo falta la solidaridad de un pueblo, poner en su sitio a las fuerzas sindicales y la clase política. Hasta hizo falta la intervención de la iglesia, una iglesia de tiempos más magnánimos e izquierdosos en Asturias, todo hay que decirlo. El segundo mensaje, que esto no deja de ser un homenaje a los y las protagonistas de un atropello, pero sobre todo, y esto es lo que me hace olvidarme de cualquier cosa negativa y unirme a los aplausos, que es un homenaje especialmente dedicado de una mujer a otras mujeres, las mujeres de la Duro. Resistimos las dos horas, hasta se nos hicieron cortas, y vimos como hubo gente que resistió y resiste mucho más.

 

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