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¿quién debe a quién?

A parti de hoy y durante cuatro semanas, en Milenta recibimos el encargo de hacer cuatro tribunas de opinión en el semanario Les noticies". La primera va dedicada al tema de la Deuda Externa.
 
El lenguaje es algo vivo, algo que nos pertenece y transformamos para que cumpla lo mejor posible con la función que queremos darle. Las palabras no son ni buenas ni malas, pero el uso intencional que de ellas se hace sí; es una efectiva herramienta que permite hacer política, que permite cambiar las cosas.

Existen palabras que han ido variando a través del uso popular hasta llegar a tener un significado contrario al que tenían recién salidas del sacrosanto libro de la Real Academia, y  existen también palabras cuyo mal uso ha ido manchándolas hasta dejarlas en una posición de difícil remontada.
Este es el caso del feminismo, término vilipendiado a lo largo de la historia, que de tanta mala prensa y tanta leyenda negra en su definición, hoy es una etiqueta con la que muy pocas quieren identificarse.

Pero existen otras palabras cuyo destino no es mucho mejor, aquellas que de mucho utilizarse pierden la fuerza de su significado y éste es el caso de la tan traída y llevada "deuda", un término que acompañado de los adecuados adjetivos o posesivos, puede dar mucho juego. Todo el mundo debe a todo el mundo, reclamamos, exigimos, nos convertimos en auténticos testaferros bancarios con altos conocimientos de historia e historietas que avalen nuestra reivindicación.
 
La deuda viene siendo un tema recurrente en las negociaciones de las diferentes reformas del Estatuto en distintos territorios de eso denominado Estado español. Cada quien reclama para sí unos determinados derechos históricos dentro de un pastel económico y competencial, que supongo yo se restarán a alguien. Es algo que se ejerce habitualmente alto y claro, con voz diáfana y sin temblar. Es lo que vulgarmente se denomina "y de lo mío qué". Andalucía, Galicia, Euskadi, Cataluña, y tantas más realizan ejercicios gimnásticos de dialéctica y matemáticas en un intento feroz de redistribución económica dentro de un territorio común, o casi común, enseñando los dientes y esgrimiendo las armas. Resumiendo, mucho acreedor y poco deudor.

Como se suele decir, hasta aquí, lo habitual en estos casos. Y es que es tremendamente fácil reivindicar cuando tienes mucho que ganar y nada que perder. Por ello no deja de sorprender y hasta de gratificar, por qué no vamos a decirlo, observar lo que se nos mostró a principios del pasado mes de noviembre en la ciudad de Gijón, cuando la Coordinadora de ONGD celebró un Tribunal Popular que enjuiciara la responsabilidad de ese conglomerado de cosas denominado el norte, las empresas transnacionales españolas y las instituciones financieras internacionales en relación con los daños causados por la llamada Deuda Externa en los pueblos del sur. Por una vez se habló de deuda identificándose con aquellas personas a las que se reclama injustamente desde nuestro particular ombliguillo del mundo.
No es baladí, ni de poca importancia que la "deuda externa" se ha ido acrecentando y que supone un claro obstáculo para el desarrollo de una vida digna de los pueblos, que su pago cobra diariamente la muerte de personas y es una de las mayores causas de la violencia estructural y de la violación sistemática de los Derechos Humanos de la mayor parte de la población mundial, o que es un instrumento, aunque no el único, de saqueo permanente del Sur y un deliberado medio de presión para imponer políticas neoliberales a los Gobiernos de los países mal llamados deudores.

 
Y no sería yo si no hiciera especial mención a las cuestiones relativas a eso del género que es sabido me preocupan sobremanera. Y es que las mujeres no han estado legal ni legítimamente representadas en los órganos de decisión, políticos o económicos. Son objeto de la deuda pero en ningún caso han tomado decisiones sobre la misma y sin embargo son quienes más pagan las consecuencias. Sus vidas se ven afectadas en lo que se refiere a condiciones laborales miserables y no reconocimiento del trabajo no remunerado, discriminación sexual, pobreza, prostitución, esclavitud sexual, problemas de salud y falta de acceso al poder político.
Volviendo al plano general, lo más importante es constatar que dicha Deuda es ilegítima, inmoral y ya está pagada con creces. Por tanto no cabe hablar de condonaciones, sino que es necesaria su abolición y la búsqueda de mecanismos de restitución que reconozcan la tan famosa deuda histórica contraída por los países del Norte con los países del Sur.

Pero todo esto no es lo único, ni lo más llamativo de esta cuestión, que el mundo está lleno de desgracias es algo que por sabido ya ha dejado de sorprendernos. Otra vez nos encontramos con esa mencionada pérdida de fuerza en los mensajes de tanto repetirlos. Al fin y al cabo eso del sur está muy lejos y la mayoría sólo lo tenemos en cuenta como destino básico en temporada vacacional. Generalmente nuestra óptica de los territorios, de los cercanos y los lejanos, es obtusa, y no está precisamente abierta a matices de realidades complejas.

Lo interesante, como decía, ha sido ver cómo personas y personajes muy ajenos a todo esto del denominado mundillo de la solidaridad, desfilaron con toda seriedad por un improvisado juzgado, para acercarse a unas verdades como templos, cargadas de preceptos legales, acusaciones fundamentadas y defensas estructuradas. Me estoy refiriendo al estamento judicial en todo su esplendor, a magistrados y magistradas, abogados y abogadas de la defensa y expertos peritajes al servicio de una buena causa. Puede que sus mundos estén ajenos a estas cuestiones habitualmente, que pertenezcan a esa parte de la sociedad que normalmente carece de eso que se denomina "sensibilidad social", o que su sensibilidad sea otra, pero lo cierto es que durante esos días juzgaron, acusaron y defendieron algo poco habitual. Tuvo que sentenciarse, que para eso estuvo representada la judicatura tan generosamente, y se condenó.

Se reconoció que las mujeres y hombres de los países del Sur son sujetos de derecho, que a veces parece olvidarse. Se exigió prohibir cualquier política económica que tenga repercusiones negativas sobre otros países, y que ponga en peligro la vida de la ciudadanía o impida la satisfacción de sus necesidades básicas. Reconocer la deuda ecológica adquirida con los países empobrecidos - lo que implica pedir públicamente perdón por los daños y perjuicios causados -, establecer mecanismos para su restitución y aplicar políticas que eviten su generación, se asumió como inexcusable.
 

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